miércoles, 2 de diciembre de 2009

Me acuerdo mucho de Fernando Martín

Recuerdo aquella tarde de diciembre como si fuera ayer. Llovía en Madrid y, sobre las cuatro de la tarde, en mi habitual rutina de escuchar la radio los domingos, algo me empezó a preocupar. José María García relataba como, de camino hacia el estudio de Antena 3 Radio, había observado un accidente mortal en la M-30 madrileña. Tras algunas pesquisas se empezó a rumorear con una fuerza tremenda de que el accidentado y fallecido era un jugador de la primera plantilla del Real Madrid de baloncesto. El rumor se hizo noticia sobre las cuatro y media. Era Fernando Martín.
Los goles, los estadios de fútbol que pasan a primer plano un domingo por tarde eran secundarios aquel 3 de diciembre de 1989. Toda la información se basó entonces en la muerte del que para muchos era el mejor jugador de la historia del basket español. Asistimos a la llegada con cuentagotas de todos los compañeros de la plantilla al hospital, poco después de que, en el vestuario, se esperara con falsa esperanza a todos los componentes. Pero uno no iba a llegar nunca.
Asistimos en televisión y radio al aplazamiento traumático de toda la jornada, del silencio en el Palacio de los Deportes, de la llegada de la madre y el padre de Fernando al hospital. De la reacción de los jugadores de la plantilla de fútbol que se enteraron de la muerte de Martín, en Vigo, en el descanso del partido que estaban jugando ante el Celta. Una tarde que yo recordaré siempre, de forma triste.
Y el día siguiente, leyendo sobre una cama del hospital Nuestra Señora de Loreto en Madrid, los periódicos deportivos. Esa mañana un accidente escolar me había obligado a pasar unas navidades algo incómodas. Y a tus catorce años piensas. "Joder, que fastidio lo de la pierna rota", sin reparar en que la tarde anterior, los auriculares de tu radio te relataban algo que sí era un fastidio, irrecuperable, algo que todavía, 20 años después, no llegas a comprender.
Y me acuerdo ahora que se fue ese día una parte importante del baloncesto español. No sólo se murió un jugador, se murió uno de los que a mí me hicieron comprender que este deporte merece la pena, en muchas ocasiones, mas que el futbol. Y aquella tarde a este chico le dio por correr demasiado, le gustaba, siempre lo reconoció, hasta no entender que le podía traer un disgusto.
Pero Fernando, por lo que cuentan, siempre era así. Antonio, su hermano, siempre lo recuerda como un ganador nato, inconsciente pero coherente, alocado, pero tremendamente generoso con todo lo que le rodeaba. Un gran hombre. Un hombre que se atrevió a dar el paso a la NBA cuando era Dios en la ACB. Muchos no lo entendieron, incluso en la Federación que cambió los estatutos, para no dejarle volver a la selección. Por eso, en los Europeos de Atenas 1987 y en los Juegos de Seul 1988, la selección no tuvo a Fernando.
Y a los 20 años de su muerte rescato dos testimonios únicos sobre Martín. Los dos los he leido en el diario El Mundo. Uno se refiere a su hijo Jan, igual que su padre a los 25 años, exacto, como si fueran dos gotas de agua. Ahora está en Israel, donde vive con la madre, aquella mujer alemana, pareja fugaz de Fernando. De aquella relación nació en 1984 el chaval, que ahora tiene que jugar en un equipo de la segunda división.
Otro nos lo da una columna sublime de Audie Norris, su eterno rival, y gran amigo. Se destrozaban a tortas en la cancha, uno en el Barça, otro en el Madrid, pero eso no le impidió ir a su funeral, donde lloró como un niño la pérdida de su rival, de su hermano.
La ACB homenajea este fin de semana al gran Martín, recuerden con acento en la I, porque él quiso guardar la tilde en su camiseta. No fuera a ser que alguien le fuera a llamar Martin, sin acento como a todos los americanos. El ego de Fernando no lo hubiera consentido.

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